La frontera de Ecuador está colapsada por una riada de
familias venezolanas en busca de nuevas oportunidades en este país. Nos lleva
dos horas completar los trámites aduaneros.
Cruzamos Tulcán, una importante ciudad comercial y la capital
de provincia a más altitud del país, sobre los 3.000 m.
Continuamos hacia el sur rodeados de un paisaje grandioso de
verdes, salpicado de granjas y ranchos.
Nuestra primera parada la hacemos en San Gabriel, un tranquilo
pueblo de montaña, con bonitas casas pintadas de colores y calles empedradas.
Un agradable paseo de tres kilómetros al norte del pueblo nos
lleva hasta las cascadas de Paluz.
A cuatro kilómetros de San Gabriel, nos desviamos hacia la
Gruta de la Paz.
Nosotros íbamos buscando una gruta con aguas termales y nos
encontramos con un santuario.
El río Minas ha horadado la montaña y reaparece al otro lado
en la gruta dedicada a la Virgen.
De la gruta salen las aguas termales que alimentan dos
piscinas.
Desde que cruzamos la frontera, la Panamericana es una
excelente carretera, con tramos de autovía.
Ahora desciende hasta el valle del río Chota a unos 1.565
metros y luego inicia un largo ascenso hacia Ibarra.
Antes de llegar, sobre el horizonte se alza el volcán Imbabura
de 4.609 metros.
Junto al lago
Yaguarcocha pasamos la primera noche en Ibarra.
Ibarra es una encantadora ciudad colonial y multicultural,
aquí con los estudiantes de la universidad, se mezclan mestizos, indígenas del
altiplano, afro ecuatorianos…
El mercado central es un hervidero de actividad, donde se
puede encontrar casi de todo. Allí probamos uno de los platos típicos, el
hornado, un asado de cerdo.
Continuamos por la Panamericana hacia el sur y nos desviamos a
la pequeña población de Cotacachi.
Es conocida por sus artículos de piel y cuero. En las tiendas
que se despliegan a lo largo de la calle principal se puede comprar cualquier
artículo elaborado con piel.
Era domingo y en el centro cultural celebraban la
peatonalización de su calle.
Desde aquí parte la carretera a la laguna de Cuicocha. Al ser
primera hora de la mañana y estar despejado de niebla, pudimos ver el volcán
Cotocachi.
La laguna Cuicocha ocupa el cráter de un extinguido volcán.
El sendero que bordea el lago permite contemplarlo en toda su
magnitud, así como las impresionantes vistas del valle y las montañas que lo
rodean.
Tiene un perímetro de 14 km. y se tardan unas cinco horas en
recorrerlo.
Siguiendo por la Panamericana llegamos a Otavalo, una pequeña
población comercial donde acuden las comunidades indígenas de los alrededores.
Esta ciudad es conocida por sus tejedores, los telares se han
usado en esta zona durante unos 4.000 años. La plaza de los Ponchos es un
mercado permanente de sus creaciones.
Una tranquila y agradable ciudad de calles adoquinadas, donde
se mezclan blancos, mestizos e indígenas.
Los altos volcanes son difíciles de ver pues casi siempre
permanecen cubiertos de bruma. Hoy al atardecer, el sol ha iluminado la cima
del Imbabura de 4.609 metros, por encima de los tejados de la ciudad.
Salimos de Otavalo en dirección suroeste, por una pista
empedrada que nos lleva al alto páramo de las lagunas de Mojanda.
Después de mucho tiempo, por fin estamos en un entorno salvaje
y solitario y a la vez bellísimo.
Las lagunas de Mojanda están situadas a 3.700 metros de
altura. Dejamos el camión en la laguna Grande y para aclimatarnos fuimos
andando hasta la Pequeña.
El ascenso al volcán Fuya Fuya de 4.275 metros es un clásico
en esta zona.
A esta altura la escasez de oxigeno se hace notar y endurece
la subida.
Llegando a la cima, la niebla se nos echa encima, cubriendo el
paisaje y privandonos de las espectaculares vistas que rodean el volcán.
Al día siguiente, otra bonita excursión nos lleva al otro lado
de la laguna, donde se encuentra el refugio. Ahora cerrado porque las fuertes
lluvias han anegado el camino.
Desde la otra orilla, hoy contemplamos sin niebla, la cumbre
del Fuya Fuya y nuestro diminuto camión en las orillas del lago.
Cerca del refugio se encuentra la laguna Negra.
Mapas del recorrido.
Filopensamientos y otras cosas……………….
En raras ocasiones, cuando se cruza una frontera, percibimos
un cambio notorio, pues el paisaje suele ser el mismo, las gentes pertenecen a
las mismas etnias, tribus o culturas.
No es el caso entre Colombia y Ecuador, y aunque se dan todas
las premisas anteriores, algo cambia en el ambiente y la sensación general es
de estar en otro lugar.
El buen estado de las carreteras es lo primero que notamos. Después
cuando hablamos con la gente nos transmiten una sensación de tranquilidad,
educación y buen rollo, que se traduce en una menor alerta de inseguridad.
También han desaparecido la mayoría de las alambradas y
podemos acampar más libremente. Cuanto echábamos de menos la soledad de las
montañas, la paz y la tranquilidad junto a un lago o el rumor incesante
acampados en la ribera de un río.
Ecuador es seis veces más pequeño que Colombia, pero en cambio
ofrece seis veces más lugares interesantes que su vecino del norte.
Ecuador nos ha cautivado desde el primer momento.
Esta nueva etapa nos está recordando nuestro reciente viaje a Ecuador. Ya empezáis a recorrer lugares de este país que conocemos, aunque de una manera muy distinta a la vuestra. Seguir contando vuestras experiencias que nos hacen viajar con vosotros.
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