sábado, 23 de marzo de 2019

Guatemala, Tikal y el bosque nuboso.



La entrada a Guatemala fue sencilla, lo único especial fue la desinfección del camión que nos costó 57 quetzales (unos 7 euros). Es necesario llevar fotocopias de toda la documentación del camión y del conductor.







La mejor definición de este país proviene del topónimo Guahitemala que procede del cakchiquel, una de las lenguas indígenas que se sigue hablando en la actualidad y significa “lugar entre arboles”.







A 65 km. de la frontera llegamos a lago Peten Itza.







Desde aquí nos dirigimos al norte para visitar las ruinas mayas de Tikal, sin lugar a duda, las más importantes en territorio guatemalteco.




Estas ruinas se ven favorecidas además por su entorno, el parque nacional Tikal, donde emergen sobre las copas de los arboles de una selva cerrada de bosque subtropical húmedo.










Tikal empezó a ser habitada hacia el año 800 a.C., desarrollándose después durante unos 1600 años. Se cree que llego a albergar unos 60.000 habitantes.







Fue declarada patrimonio de la humanidad en 1979 y es uno de los conjuntos más impresionantes de todo el mundo maya. Al acceder a la gran plaza quedas sobrecogido por la magnitud de los templos que la rodean.










Las estelas con fechas esculpidas en jeroglíficos son las grandes aliadas de los arqueólogos para definir la historia de este pueblo.







Esta ciudad fue habitada hasta el siglo X, siendo devorada en poco tiempo por la selva. Un mundo perdido hasta que 1695 un cura español, el padre Avendaño se perdió por aquellas tierras y encontró las ruinas.







Tikal abarca un perímetro de 16 kilómetros donde se han catalogado más de 4.000 construcciones, casi todas aun sin desenterrar. Se necesitan entre 5 o 6 horas para recorrerlo.













Dejamos las ruinas y nos dirigimos al lado suroeste del lago Peten Itza donde se encuentra la pequeña ciudad de Flores, asentada en una isla unida a la costa por una calzada de medio kilómetro.










Como está prohibido pasar con el camión a la isla cogemos un tuctuc para recorrerla.







Junta al lago esta la populosa ciudad de San Benito, con sus callejuelas estrechas, atestadas de vehículos y de publicidad, con un sorprendente y moderno centro comercial.







Aunque las carreteras no están en mal estado, de vez en cuando nos llevamos una sorpresa como este estrecho puente que cruza un rio.




Unos kilómetros después el rio de La Pasión nos corta el paso y hay que cruzarlo en una barcaza.










Como siempre que se produce un atasco en la circulación, a su alrededor se crean pequeños negocios de comida.




Las motos cruzan en embarcaciones más ligeras.




El cruce del río nos costó 25 quetzales (unos 3 euros).







Casi siempre la carretera principal pasa por el centro del pueblo y el paso entre la gente, los vendedores, los puestos y los tuctuc, se complica un poco.







En el centro del país la carretera se eleva hacia el altiplano, aquí encontramos grandes plantaciones de palmeras de donde se obtiene el aceite de palma.




Pequeños y pobres pueblos se suceden continuamente en la ruta, donde no puede faltar el campo de fútbol.










Conforme nos adentramos en las montañas vemos las casas tradicionales de tejado de hoja de palma.










Circulamos por la nacional 5 cuando tenemos otra sorpresa, la carretera se convierte en una pista casi intransitable.










Nos quedamos alucinados porque no entendemos como una carretera nacional que estaba bastante bien ha pasado a ser un camino de cabras. La gente del lugar nos informa que solo son unos 30 km.







Es un puerto de montaña con rampas empinadas, donde la lluvia se ha llevado la tierra y solo quedan escalones de piedra. Tardamos casi cinco horas en hacer este recorrido.







Cuando nos encontramos con otro vehículo, uno de los dos tiene que retroceder hasta encontrar un mínimo de espacio donde cruzarnos. Hay tramos que vamos tan despacio que la gente andando nos adelanta.










En la aldea de Campur encontramos de nuevo el asfalto y podemos contemplar el bonito paisaje que nos rodea con otros ojos.










Mapas del recorrido.







Filopensamientos y otras cosas……………….

Un viaje, después de todo nunca empieza en el instante que nos propusimos ni termina cuando hemos llegado a nuestra puerta una vez más. Comienza mucho antes y nunca más es real porque la película de la memoria sigue corriendo en nuestro interior después de llegar a un punto muerto físico. 

De hecho no existe nada parecido al contagio de los viajes y la enfermedad es esencialmente incurable.

Ryszard Kapuscinski, “ Viajes con Herodoto”