sábado, 18 de abril de 2020

Chile, desierto de Atacama. II



Aunque estamos en el corazón del desierto de Atacama, algunas aldeas indígenas viven gracias a las pequeñas corrientes de agua que les llegan desde las altas cumbres de los Andes.










La aldea de Caspana, encajonada en una profunda garganta a 3260 m. de altitud, es un oasis en medio de este desierto.







Mauricio, el paramédico del pueblo, se ofreció a acompañarnos por el lugar, contándonos su historia y tradiciones.




Un pequeño museo muestra entre otras curiosidades una lámina con las distintas deformaciones del cráneo que se realizaban entre las etnias que habitaban la zona.







Los atacameños son los indios indígenas que han habitado este lugar desde hace 2000 años y en la ladera este del cañón se encuentran unos antiguos enterramientos, que han sido saqueados a lo largo del tiempo.







La iglesia de San Lucas, construida en adobe y madera de cactus, es la segunda más antigua del país.




Dejamos esta escondida aldea y continuamos ascendiendo por encima de los 4000 metros con la impresionante cordillera de los Andes al fondo.







Esa noche la pasamos junto al puesto de los carabineros, estamos muy cerca de la frontera boliviana y es zona de tráfico de droga y robo de vehículos.




De nuevo el mal de altura nos hace bajar y desistimos de ver los géiseres del Tatio. Nos dirigimos hacia San Pedro de Atacama rodeados por el impresionante y desolador desierto.







Es increíble la naturaleza, como surge la vida de las pequeñas corrientes de agua que descienden de los nevados.







La pequeña aldea de Tocorpuri ahora vive tanto del pastoreo como del turismo.




Unos kilómetros después llegamos al humeral del volcán Putana.







Donde encontramos una colonia de flamencos rosas.







 Seguimos descendiendo y el desierto de las alturas da paso a una floreciente primavera.










San Pedro de Atacama se encuentra a 2,436 m. sobre el nivel del mar, bajo el impresionante cono del volcán Licancabur.




Llegamos a San Pedro de Atacama atraídos por su leyenda aventurera y nos encontramos una turba de turistas que ha transformado el pueblo en función de sus necesidades, agencias de turismo, tiendas de souvenir, hoteles, restaurantes…….




Los desiertos que en todo el mundo son libres para recorrerlos, aquí lo han compartimentado en pequeños recorridos con horarios y tasas de entrada. Han convertido el desierto en un parque temático.




Empezamos visitando el Valle de la Luna, del que solo se pueden recorrer 10 kilómetros.













En vista del panorama decidimos continuar hacia el sur, explorando el salar de Atacama. En el camino a la laguna Tebinquiche paramos en dos pequeñas lagunas llamadas los Ojos del Salar.







La comunidad indígena atacameña protege esta laguna en medio del salar. Un medio muy hostil pero que la selección natural ha prodigado una avifauna muy valiosa.













Más al sur está la laguna Chaxa que pertenece a la Reserva Nacional los Flamencos.







Estas lagunas de escasa profundidad y estrato fangoso posibilita la vida de abundantes formas microscópicas, de algas unicelulares y micro vertebrados que son el alimento de las aves migratorias.







La artemia es un diminuto crustáceo de menos de un centímetro, del que se alimentan los flamencos y les da su rosada pigmentación.







Un paisaje desolador y extremo, pero que a su vez acoge multitud de vida.







En un extremo del salar, pegado a las montañas que lo rodean, está el pueblo de Peine, donde paramos a darnos un chapuzón en sus rústicas piscinas.







Desde aquí cruzamos de este a oeste el salar de Atacama.







Y vimos otra cara y otros intereses contrapuestos al proteccionismo de los indígenas atacameños, las minas de litio al sur de este mismo salar.







Después del baño de multitudes de San Pedro de Atacama ha sido un acierto hacer la travesía de más de 200 kilómetros por las pistas mineras desde Peine a Baquedano.










Y dormir en la soledad que solo se experimenta en los grandes desiertos bajo un estrellado firmamento.







De Baquedano nos dirigimos a Mejillones otra vez en la costa del Pacífico.







Desde aquí regresamos a Arica por el fantástico paisaje costero entre el desierto y el océano.










Al norte de Tocopilla, a los pies del cerro Tolar de 2300 metros y junto al mar, se encuentra su campo de golf, que data de 1.930.







Es el primer campo que encontramos en un desierto donde no hay una brizna de hierba.







El límite de las calles está marcado con yeso, los lagos son piedras pintadas de azul, los greenes de ceniza negra, los bunker de sal y los árboles ramas secas pintadas de verde.







Nos quedamos a dormir en la playa junto a la casa club.




Desde aquí regresamos a Arica donde dejaremos el camión para volar a España, como todos los años, por Navidad. En nuestra mente quedará para siempre la visión de las cálidas arenas del desierto de Atacama mezclándose con las frías del océano Pacífico.




Mapas del recorrido.







Filopensamientos y otras cosas………………

Chile se extiende encajonada entre la cordillera de los Andes y el océano Pacífico, a lo largo de 39º de latitud. Un terreno muy variado que va desde el desierto al norte a los campos de hielo de Patagonia.

En nuestra primera incursión por el país hemos recorrido una pequeña parte del norte, unos 600 kilómetros desde la frontera de Perú hasta la ciudad de Antofagasta. Toda esta extensión bajo el dominio del desierto de Atacama que ocupa el tercio norte de su territorio.

El desierto de Atacama es uno de los más áridos del planeta y muestra un paisaje variado donde encontramos inmensas planicies de arena entre altas montañas y volcanes salpicados de oasis alimentados por riachuelos que descienden de la cordillera de los Andes, o las cuencas salinas que dan lugar a esos luminosos lagos salados, aquí denominados salares, o la costa del Pacífico con la humedad de su neblina, llamada camanchaca, que proporciona humedad a cactus y arbustos.

Pero este desolador y yermo territorio es un rico depósito de minerales y en él se encuentran algunas de las minas más grandes e importantes del mundo que constituyen la base de la economía chilena.

Descendiendo por la costa pensamos en los contrastes de la naturaleza, a la izquierda las áridas arenas casi sin vida, a la derecha la exuberante vida bajo el mar que favorecida por la corriente de Humboldt proporciona alimento a multitud de aves y peces.

Lo más impresionante del paisaje costero son sus altas montañas, de más de mil metros, cubiertas de arenas de colores amarillos, ocres, negros o violetas que descienden entre neblina junto al intenso azul del océano que se pierde en el horizonte.