De Mazatlan en la costa del Pacifico, nos dirigimos hacia el
interior. Pronto la carretera comienza un ascenso entre montañas y densa
vegetación.
Aunque la nueva autopista, de un solo carril, facilita la ascensión,
el puerto de montaña se alarga entre puentes y túneles, más de 130 km.
Una parada en lo alto del puerto a 2750 m. nos muestra un
paisaje muy distinto del que hasta ahora conocíamos de Méjico.
Algunos pueblos de montaña se dejan ver a nuestro paso.
El centro de Méjico es una meseta que se alza por encima de
los 2000 metros de altitud. Su clima mucho más lluvioso se nota en su paisaje
de verdes campos de cultivo, praderas de hierba y bosque.
A esta altura se disfruta de un verano primaveral que puede
oscilar entre los 14º por la noche a los 28º durante el día.
En este altiplano se encuentran algunas de las más hermosas
ciudades coloniales. La primera que visitamos es Zacatecas.
Fue fundada en 1546 poco después de que se descubrieran
metales preciosos en la región.
El casco antiguo se
distingue por sus notables edificios, mansiones señoriales, conventos, iglesias
y palacetes.
La fachada de la catedral zacatena está considerada el ejemplo
supremo del barroco churrigueresco en suelo mejicano.
Cerca del parque Enrique Estrada se encuentra otra de las
joyas de la ciudad como el templo de Fátima.
Y su antigua plaza de toros, hoy convertida en un encantador
hotel, junto al que pasa el acueducto “El Cubo”.
El cerro del Grillo forma parte de la ciudad y es donde se
encuentra la legendaria mina de plata El Edén.
De aquí salieron toneladas de plata para la corona española,
hoy atrae a numerosos turistas.
Su visita no es especialmente interesante, pero si su pequeño
museo subterráneo de rocas, minerales y
fósiles.
La salida de la mina se hace al otro lado del cerro en un tren
de vagonetas.
Nada más dejar la ciudad campos de cultivo y pequeños
pueblitos ocupan el paisaje.
300 km. después llegamos a Guanajuato, encajonada entre
colinas que conforman estrechas y sinuosas calles empedradas, no aptas para
circular con un camión. Un buen lugar para aparcar es cerca de la antigua
estación de tren. (N21 01 01.0 W101 15 56.0)
Guanajuato es otra joya de las ciudades plateras de Méjico con
sus alegres y coloridas fachadas.
Su centro histórico patrimonio de la humanidad, es ideal para una visita andando.
La basílica de Nuestra Señora de Guanajuato preside la plaza
de La Paz.
Sobre el altar mayor se encuentra una escultura hecha en plata
de la patrona de la ciudad del siglo VII, que regalaron Carlos I y Felipe II a
la ciudad en 1557. Esta considerada la obra de arte cristiano más antigua de
Méjico.
Los propietarios de minas tachonaron este centro histórico con
sus mansiones señoriales e imponentes iglesias.
Junto al mercado encontramos populares puestos de comida.
Continuamos nuestra ruta por el altiplano y bordeamos la presa
Ignacio Allende.
Al otro lado se encuentra la ciudad San Miguel de Allende,
donde convive su modernidad con su centro histórico magníficamente conservado.
Otra preciosa ciudad colonial de calles empedradas. En su
tiempo fue una importante encrucijada de las caravanas de mulas que llevaban
plata y oro a la capital y volvían con los tesoros de Europa.
La arbolada plaza Allende es lugar de reunión y paseo de la
gente del pueblo, hoy canta una coral. A nuestro lado en el banco un lugareño
nos habla de la ciudad.
En una esquina de la
plaza esta la casa de Ignacio Allende, prócer de la independencia mejicana, hoy
convertida en museo.
Junto a ella la iglesia parroquial con su fantástica fachada
neogótica.
A otro lado de la plaza esta la casa del mayorazgo, la más
suntuosa de la ciudad, que perteneció a un rico minero.
Al caer la noche las calles iluminadas se tornan de ocres y
rojos y algunos restaurantes y bares requieren la atención de sus clientes con
fantásticas bandas de música.
Mapas del recorrido.
Filopensamientos y otras cosas………………..
Después del sofocante calor del mes de agosto en Baja
California es un alivio subir a la meseta del centro de Méjico. A más de 2000
m. de altitud el clima es suave a mediodía y fresquito por las noches, una
delicia estando en lo más crudo del verano.
Atrás hemos dejado los paisajes áridos y semidesérticos de
cactus por las verdes praderas que con sus fértiles tierras propician cultivos intensivos.
Pero sobre todo el centro de Méjico tiene un valor especial
para los españoles. Su historia está ligada a la nuestra desde hace 500 años y
queda patente en sus hermosas ciudades coloniales que los mejicanos han sabido
conservar y potenciar para obtener algunas de ellas el estatus de Patrimonio de
la Humanidad por la Unesco.
El nobel de literatura mejicano Octavio Paz dijo que los
españoles nos habíamos llevado su oro pero habíamos dejado la lengua.
Al recorrerlo descubrimos también el gran legado
arquitectónico que dejaron.