Han pasado más de cinco meses desde que dejamos nuestro
querido camión en Vancouver, concretamente en “Maple Leaf Self Storage” en
Langley. Nos preocupaba como le afectaría la humedad de esta región, donde no
ha parado de llover en todo el invierno, con alguna que otra nevada. Lo dejamos
cubierto con una lona de plástico y con las ventanas abiertas un filo para que
ventilara el interior. Sorprendentemente lo encontramos en perfectas
condiciones.
Después de hacerle la revisión anual y los cambios de filtros
y aceite, dejamos Vancouver por la N1 un soleado día de finales de abril.
Nuestra cámara ha sufrido un accidente, se cayó de un armario y ha quedado
inservible. Hasta que podamos comprar otra en EEUU tendremos que usar las fotos
del teléfono.
Nos sentimos contentos de estar de nuevo en la carretera y
reencontrarnos con esa naturaleza que tanto nos atrae. Nuestra primera parada es
el parque provincial de las cascadas Bridal Veil. Una espectacular cola de
caballo de 60 metros de altura.
En la población de Hope dejamos la N1 continuando hacia el este por la N3, que va
bordeando la frontera de Estados Unidos. La carretera se encajona entre
montañas, bosques y ríos en el más puro paisaje canadiense.
El parque Manning se encuentra sobre los 1300 m. de altitud y
permanece cerrado porque la nieve cubre todos los caminos.
Esto no es impedimento para que nosotros nos adentremos y
hagamos una de sus rutas. Gracias a las indicaciones de una pareja de
canadienses podemos llegar hasta la cascada de la mina.
El camino discurre entre pinos y cedros centenarios.
Curiosamente junto a la cascada hay una mina abandonada y una
de las camionetas que usaban para el transporte de material. Una imagen
surrealista en medio del bosque.
En otra zona del parque, continuando por la carretera,
llegamos al lago Lightning, que permanece helado. Este invierno ha sido
especialmente duro e intenso.
Andábamos entre el lago y el bosque, no había nadie en los
alrededores, cuando de la linde de los pinos vimos aparecer un lince, a no más
de 40 metros. Un momento mágico que pocas veces un humano tiene ocasión de ver.
No fuimos capaces de sacarle una foto.
Casi todos los días, a última hora de la tarde, los
ciervos vienen a pastar la hierba fresca
que crece en la orilla de la carretera. Y aunque tienen unas vallas para
protegerlos, las saltan sin ninguna dificultad.
En el pueblo de Princeton hacemos un pequeño recorrido por el
sendero Trans-Canadá, que cruza el país desde el Océano Pacifico al Atlántico.
Aquí utiliza la ruta de una antigua via férrea.
La vida salvaje es difícil de entender, unas veces son muy
huidizos y otras, como al regreso de nuestra caminata, los vemos pastando entre
las casas del pueblo. El pelaje lo tienen un tanto feo por la pelecha.
A la salida del pueblo, tomamos una carretera secundaria que
discurre paralela al rio Similkameen.
Este valle es conocido por sus explotaciones de frutales y sus
bodegas.
Nuestra siguiente parada la hacemos en Osoyoos, territorio de
los primeros pobladores, donde todavía se mantiene una reserva.
Las montañas se abren dando lugar a un vasto valle dominado
por el lago Osoyoos.
El valle se lo disputan los terrenos de cultivo de árboles
frutales, viñedos y un turismo vacacional atraído por las actividades alrededor
del lago.
Continuamos hacia el este, pegados a la frontera con Estados
Unidos, 81 km. después llegamos a Greenwood. Es domingo por la tarde y la
ciudad está desierta, ocupada solamente por unos curiosos ciervos.
A lo largo de la ruta, los puertos de montaña y los valles se
suceden, pues estamos cruzando perpendicularmente la cordillera de la Rocosas.
En los puntos altos la nieve alcanza varios metros de espesor.
Los parques permanecen cerrados, como este de Nancy Greene a
1500 m. de altitud, porque las entradas permanecen cubiertas de nieve.
A pesar de ello, andando podemos adentrarnos un poco y llegar
a ver el lago y el refugio.
Bajando el puerto nos encontramos con el primer oso de esta
temporada.
La naturaleza y la vida salvaje de este país es
incuestionable. Unos kilómetros después unas cabras de las Rocosas pastan
tranquilamente a la orilla de la carretera.
La carretera continúa cumbreando rodeada de abetos y nieve.
Bajamos a un nuevo valle y llegamos a la ciudad de Cranbrook.
Aquí sacamos las bicicletas por primera vez, en esta
temporada, y aunque el recorrido no es muy interesante tuvimos la oportunidad
de volver a encontrarnos con los ciervos.
En otro recorrido, esta vez a pie, por Isidore canyon vemos en
un lago una pareja de castores.
Hablando con unos canadienses nos indican una pista que se
adentra por el valle del rio Bull.
Un escenario de gran belleza y soledad, rodeado de naturaleza en
su estado más puro.
Intentamos llegar al lago Summer, pero la nieve que cubre la
pista no nos deja avanzar. Tenemos que retroceder un kilómetro marcha atrás, en
una delicada maniobra por una empinada y estrecha pista.
En nuestras rutas a pie siempre pensamos que nos pueda
sorprender algún oso y esta vez solo vimos sus huellas. Ha sido un excelente
recorrido, con unos magníficos sitios de acampada a lo largo del rio.
Mapas del recorrido.
Filopensamientos y otras cosas……….
Desde Vancouver se nos planteaban dos rutas para seguir
explorando los parques de las Rocosas. Una cruzar directamente a Estados Unidos
y llegar a Montana por el sur, y otra
continuar hacia el este, por el sur de Canadá, enlazando carreteras, pegadas a
la frontera.
Elegimos esta segunda y pensamos que ha sido un gran acierto.
A pocos kilómetros de Vancouver, las Rocosas ocupan el paisaje
y se suceden valles y puertos de montaña de gran belleza. También la vida
salvaje se asoma a esta ruta.
Todos los días hemos tenido ocasión de ver algún
animal como ciervos, cabras de las Rocosas, osos, castores, numerosas aves……….
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