Al norte de Jartum un vasto territorio es dominado por las
arenas del desierto. Al principio salpicado de acacias y espinosos matojos
permiten la vida de unas pocas personas y animales adaptados a la dureza de
este medio.
Después de visitar las pirámides de Meroe la carretera nos
conduce a la ciudad de Atbara. Antes de llegar cruzamos el puente sobre el rio
que le da nombre y que es el ultimo
aporte de agua que le llega al Nilo.
Desde esta ciudad nos dirigimos hacia Port Sudan en el Mar
Rojo.
De nuevo ante nosotros el desierto se extiende hacia el
horizonte, donde la vista se pierde en la brumosa línea entre el cielo y la
tierra.
En estos inhóspitos parajes, de vez en cuando, surgen pequeñas
aldeas.
Port Sudan es el puerto por donde se abastece esta nación y
una carretera de 820 km. en buen estado, permite el tráfico de mercancías
en enormes camiones de once ejes.
El viento implacable levanta torbellinos de arena moviendo
dunas y borrando esta línea negra, que como una cicatriz recorre el desierto.
Es increíble la adaptación del ser humano a este medio tan
hostil, a veces solo tres o cuatro días de lluvia al año son suficientes para
hacer brotar un poco de hierba para alimentar a sus pocas cabras y camellos,
que son su fuente de vida.
Otros viven de lo poco que deja la carretera, con pequeños
cobertizos donde tomar un té o pasar la noche.
Cerca de la costa, un puerto de montaña cercano a los mil
metros atrapa las nubes húmedas que vienen del Mar Rojo.
A última hora de la tarde llegamos al noble y viejo puerto de
Suakin, semiderruido por las guerras de tiempos pasados.
Este puerto ya se utilizaba por los antiguos reyes egipcios,
también tuvo su época de esplendor siendo el principal puerto de salida de
esclavos en el Mar Rojo. Los antiguos calabozos en la vieja ciudad dan fe de
ello.
Los escudos de armas y blasones, así como los palacetes y
mezquitas acreditan su noble pasado.
Pasear por sus calles es viajar al pasado, todavía hoy quedan
los viejos oficios de orfebres, maestros
del acero trabajando las espadas, aguadores….
El tiempo aquí tiene otra dimensión, a medio día, cuando el
sol aprieta casi se detiene.
Para nosotros este pequeño y arruinado puerto tiene un
significado mas especial, ya que aquí hicimos la entrada a Sudan cuando nos
dirigíamos hacia el Mar Mediterráneo, terminando nuestra vuelta el mundo en el
Calcetines.
Entre Suakin y Port Sudan se suceden paupérrimas tiendas y
jaimas, que jalonan la carretera. Pastores nómadas de la etnia Beja, conocidos desde los romanos.
Venimos a Port Sudan esperanzados en poder acceder a Egipto
por la carretera del Mar Rojo, después de que todas las autoridades en Jartum (inmigración,
ministerio de turismo, policía y embajada de Egipto) nos aseguraran que el paso
por esta frontera estaba abierto.
Pero como tantas veces pasa en África, son capaces de afirmar
con total seguridad algo que realmente desconocen. Antes de adentrarnos en el
desierto, localizamos las oficinas de inmigración en Port Sudan, para
asegurarnos que la frontera está abierta y nos confirman que por parte de Sudan no hay ningún problema, pero que los egipcios no nos dejaran pasar.
La ciudad ha progresado mucho en los últimos tiempos, pero
sigue manteniendo sus mercados tradicionales.
Primero fueron los saudíes los que nos negaron el visado de
tránsito por su país, ahora son los egipcios los que no nos permiten este paso.
Tenemos que desandar los 500 km de vuelta a Atbara, para coger la ruta hacia el
lago Nasser.
En Atbara cruzamos el Nilo, adentrándonos en el desierto de
Bayuda.
Al desierto o se le ama o se le odia, nunca te deja
indiferente.
Llevábamos más de cien kilómetros cuando encontramos un
pequeño local donde tomar un té.
Era viernes, el domingo musulmán, y estas gentes del desierto,
venidas de aislados y remotos puntos, se reunían para celebrarlo. Ana fue la
atracción ya que era la única mujer.
Mataron dos cabras, siguiendo sus ritos. De un certero y
profundo tajo, degollaron a los animales, orientados hacia la meca.
Mientras nos tomábamos el té,
en la cocina preparaban la carne.
No nos quedamos a comer
a pesar de su invitación y fuimos despedidos con unas espontaneas danzas
tradicionales, donde exhibían sus largas espadas.
Es increíble cómo surge la vida en los páramos donde la escasa
agua hace brotar algo de vegetación.
Horas después en el más inhóspito y seco arenal, donde no
crece ni una brizna de paja, de las profundidades de la tierra brota el liquido
más preciado.
De todos los puntos del horizonte acuden pequeños rebaños tan
lejanos que la luz y la arena, al principio los convierte en manchas
reverberantes.
Después de más de 300 km. por el desierto de Abuya, cruzamos
de nuevo el Nilo. Al fondo divisamos el Jebel Barkal, la montaña sagrada de
Karima.
Junto a la montaña hacia el oeste se encuentra el pequeño
cementerio real, donde se alzan una veintena de pirámides construidas hacia el
siglo III A.C.
Son las pirámides mejor conservadas en Sudan, construidas por
los reyes Napatan.
Un espectacular panorama se divisa desde la cima del Jebel
Barkal. A vista de pájaro contemplamos el Nilo, su fértil y estrecha vega,
atrapada a ambos lados por el desierto.
En otra dirección tenemos a nuestros pies la ciudad de Karima.
Dejamos atrás Karima y por una recién estrenada carretera de
nuevo nos adentramos en el desierto. 175 km. donde la nada absoluta domina el
espacio.
Aunque estamos a mas de 1700 km. de la desembocadura del Nilo,
solo hay unos 220 m. de altitud y el rio en el desierto describe unos enormes
meandros.
Llegando a la ciudad de
Dóngola lo cruzamos de nuevo.
Una fértil vega se extiende a lo largo de casi 10.000 km., si
sumamos el Nilo Blanco y el Nilo Azul, la mayoría de ellos discurren por el
desierto, creando vida en estos yermos e inhóspitos parajes.
Mapas del recorrido.
Filopensamientos y otras cosas……..
La vida en el desierto se sustenta en torno al camello (en
realidad dromedario, ya que solo tiene una joroba). Es el animal más adaptado y
resistente a este medio, tan duro y hostil. Su comida se basa principalmente en
espinosos arbustos y acacias, dejando la hierba para las cabras.
Normalmente bebe agua una vez a la semana, pero puede pasar un
mes sin ella. Cargan con tiendas y enseres en su continuo nomadeo en busca de
pastos y agua y las hembras alimentan a sus dueños con su nutritiva leche. Nunca
se desprenden de ellos salvo en casos de extrema necesidad, como por ejemplo por
una enfermedad.
En el desierto todo se mide en camellos, es la moneda de
cambio. Para casarte compras a la novia y pagas por ella un número de estos. Si
entre los clanes o familias surge algún agravio este también es compensado con
ellos. Incluida la muerte tiene su precio, pudiendo llegar a costar hasta 100
camellos.
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ResponderEliminarHola,
ResponderEliminarEstamos preparando un viaje a África con un recorrido similar al vuestro, con intención de salir en las próximas semanas. Un amigo que os conoció el año pasado en Mali nos ha pasado los datos de vuestro blog, y lo estamos mirando para recabar información, y hacernos una idea del recorrido.
Nos gustaría ponernos en contacto con vosotros para poder hacheros alguna pregunta. Ahora mismo tenemos una muy concreta en relación a los seguros, tanto del vehículo como de asistencia.
Muchas gracias, y buen viaje!
Hola, necesitamos que nos mandéis una direcion de correo, ya que al no ser seguidores no sale la vuestra.
EliminarVamos a ver si gracias a la ayuda de Felix puedo poner los comentarios en el blog ademas de usar vuestro correo particular.
ResponderEliminarQué bonito de nuevo el desierto que nunca deja de sorprender.
Si conseguís por fin entrar en Egipto y pasais por Suez darle saludos a Said que nos ayudó mucho.
Que ilusion ver de nuevo el Calcetines.
Un abrazo.
Paco Cartagena.