A partir de Dóngola la carretera se dirige al norte entre el
Nilo y el desierto Nubio.
En algunas ocasiones nos permite acercarnos a la orilla del
rio donde se dulcifica el paisaje con el azul del agua y el verde de los
prados.
Y también nos da acceso a comprar algunas hortalizas
directamente del bancal.
Otras veces nos introduce en el vacio del desierto donde los
colores desaparecen y el sol nos golpea con toda su dureza.
Antes de caer la noche, ponemos rumbo hacia la soledad de las
arenas que nos envuelve en la distancia haciéndonos desaparecer.
“Una vez más sentí que la honda intensidad de las noches solo
alcanza a percibirse con toda su nobleza y dramatismo, en los lugares más
remotos de África. Un hombre, ante la noche africana, puede sentir, si es
sensible, lo que significa la profunda soledad de la naturaleza humana.” Javier
Reverte. Los caminos perdidos de África.
Pequeñas aldeas se suceden a lo largo del camino, pero resulta
difícil ver vida en ellas. Las casas árabes están rodeadas de altos muros que
cierran el patio interior, ocultando la vida familiar.
Los nubios las decoran pintando puertas y ventanas.
La nueva carretera nos conduce ahora a través de profundos
valles y altas montañas. Pensamos en la inmensidad de este desierto africano,
que aunque aquí le llamemos Nubio, no es otro que el gran desierto del Sahara,
que se extiende a lo largo de casi 6.000 km., conectando el Mar Rojo con el
Océano Atlántico.
En este desolado paisaje de pronto surge un fantasmal poblado.
Han encontrado oro y cientos de chamizos cubren el entorno,
moliendo piedra en busca del preciado metal.
Este poblado nos recuerda la película “La ciudad sin nombre” de Lee Marvin, aunque esta
sería su versión en el desierto.
El polvo de la piedra molida se lava y con la ayuda de
mercurio se aglutinan las partículas de oro, un proceso altamente contaminante.
Alrededor de esta
primitiva industria han surgido toda clase de oficios. El herrero que construye
y afila cinceles y picos.
El panadero con su plastificado local.
El banquero con su balanza y su caja fuerte. Por no faltar no
faltan ni los tahúres jugando a las cartas.
A lo largo del camino vemos surgir pequeños brotes de esta
incipiente fiebre del oro.
Cuando llegamos a Wadi Alfa, en mitad del desierto Nubio, a
casi mil kilómetros de Jartum tenemos la sensación de estar en el fin del mundo.
Es el único paso fronterizo que Egipto tiene abierto con Sudan
y la pequeña ciudad ha crecido en torno a la frontera, con algunos cultivos y
un pequeño puerto pesquero.
Dicen que aquí se come el mejor pescado de Sudan, las famosas
percas del Nilo.
Como ya hemos aprendido en África, hasta las cosas más
sencillas se pueden complicar. Existían tres compañías de ferris, de las que
solamente queda una por falta de clientes y realiza el trayecto cuando tiene
coches suficientes. Como pasa en todo este continente, el autobús sale cuando
esta lleno. Hace una semana que partió el ultimo y ahora somos los únicos para
embarcar. Para que la espera sea más llevadera nos vamos a conocer las riberas
del pantano.
Convivimos unos días con los pescadores al otro lado del lago,
enfrente de Wadi Alfa.
Viven en austeras y paupérrimas cabañas diseminadas por la
orilla.
Las aguas dulces del lago atraen algunas aves como águilas,
garzas y pelicanos.
El perro no es un animal grato para los seguidores de Mahoma,
nos extraño encontrar tantos en esta zona, quizás la cultura nubia sea más
permisiva con el mejor amigo del hombre.
Los días siguen pasando y nuestro agente nos da la opción de
pagar una barcaza privada por el módico precio de 3.500 $. Como tenemos
noticias de dos coches que vienen de Jartum, seguiremos practicando la
paciencia tan necesaria en estos países.
Cuando el inglés Kitchener a finales del siglo XIX invadió
Sudan, hizo construir la vía férrea que unía la frontera con la capital. Todos
los martes al caer la tarde el viejo y decrepito tren parte hacia Jartum, en un
incierto viaje de dos o tres días según las incidencias del camino. La
población siguiendo la tradición sale por todo el pueblo a despedirlo.
Una semana después llega un Land Rover con una pareja inglesa
y una furgoneta Mercedes 4X4 de unos
suizos.
Ahora nos perdemos unos días por el desierto.
La lectura llena gran parte del día, que compartimos con
largas caminatas a los cerros más altos, donde contemplar como el desierto se
alarga hacia un indefinido horizonte.
Unos días más tarde llegan una pareja de holandeses con su
Land Cruiser y unos argentinos en moto, con su perro Trico.
Somos ya tres coches, un camión y una moto, así que por fin
hemos conseguido que la barcaza salga de Asuán para embarcarnos. Como en ella
solo van vehículos, nosotros partimos en el ferri semanal de pasajeros.
Aunque las fotos todo lo dulcifican, es un destartalado y
viejo barco. Cuando subimos a bordo, los pocos asientos que dispone estaban
ocupados por bultos, cajas y personas acostadas en ellos.
No hemos podido coger ninguna de las pocas cabinas de primera,
un minúsculo cubil de mugrientas paredes y dos sucios jergones en literas. Le
pagamos cinco euros por pareja al capitán y nos instala en el espacio exterior
a babor del puente.
Y aunque por la noche hizo un frio polar el viaje fue
interesante y curioso. En las cubiertas los hombres jugaban al dominó y a las
cartas.
La popa se ha convertido en un improvisado basurero.
Una numerosa tripulación abarrota el pequeño puente.
Toda esta disparatada movida es como consecuencia de un
corrupto negocio que mantienen a toda costa los egipcios para embolsarse, como
en nuestro caso, 741$ por el traslado del camión y nuestro, aduana, inmigración
y el agente, para salir de Sudan; mas 246$ por los mismos conceptos por entrar
en Egipto. Ya que hay una carretera que se terminó hace más de tres años y solo
se puede usar con un permiso especial y 3.000$.
La construcción de la gran presa de Asuán dio lugar al
gigantesco embalse del lago Nasser, en su tiempo el más grande del mundo.
Casi un día después de nuestra salida llegamos a Asuán.
Tuvimos la suerte de encontrar un bonito hotel en la cornisa,
con unas fantásticas vistas del Nilo, debido a la escasez de turistas que
actualmente hay en Egipto.
La mayoría de los barcos turísticos están amarrados y por
todas partes se acusa la gran crisis que están pasando.
El camión tardara unos días en llegar, mientras tanto
aprovecharemos para conocer un poco esta ciudad legendaria. Frente al hotel se
encuentra la isla Elefantina en medio del cauce del Nilo.
Desde la isla divisamos, en la orilla de poniente sobre una
colina de arena, el mausoleo de Aga Khan, líder espiritual de una parte de los
ismailies. Más abajo la que fue su
residencia de invierno.
La ciudad se mece tranquila al ritmo del incesante vaivén de
las falúas por el Nilo.
Mapas del recorrido
Filopensamientos y
otras cosas……………
En 1.971 se termina la construcción de la gran presa de Asuán.
Tiene una longitud de 3,83 km. y 111 m. de altura, su anchura en la parte alta
es de 40 m. y casi 1 km. en la baja.
El lago artificial Naser, con 500 km. de longitud y entre 5 y
50 de anchura, es en la actualidad el segundo más grande del mundo.
Con la realización de esta faraónica obra, Egipto genera
electricidad suficiente para auto abastecerse y se han aumentado las superficies de cultivo.
Por otro lado se han
terminado las crecidas del rio y el limo que fertilizaba las tierras ya no les
llega, teniendo que utilizar abonos químicos.
La Unesco y 51 países se tuvieron que movilizar para rescatar
de las aguas numerosos templos como el de File, Kalabasha o Abu Simbel. Es
curioso el esfuerzo, el dinero y los medios que la comunidad internacional
gastó para el traslado, piedra a piedra de estos monumentos, algunos de ellos a
mas de 40 kilómetros, y que poco hizo por el destierro de más de 60.000 nubios
que habitaban estas tierras desde hacía más de 3.500 años.
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