jueves, 31 de enero de 2019

Méjico, Ciudades coloniales del altiplano.



De Mazatlan en la costa del Pacifico, nos dirigimos hacia el interior. Pronto la carretera comienza un ascenso entre montañas y densa vegetación.




Aunque la nueva autopista, de un solo carril, facilita la ascensión, el puerto de montaña se alarga entre puentes y túneles, más de 130 km.







Una parada en lo alto del puerto a 2750 m. nos muestra un paisaje muy distinto del que hasta ahora conocíamos de Méjico.







Algunos pueblos de montaña se dejan ver a nuestro paso.




El centro de Méjico es una meseta que se alza por encima de los 2000 metros de altitud. Su clima mucho más lluvioso se nota en su paisaje de verdes campos de cultivo, praderas de hierba y bosque.







A esta altura se disfruta de un verano primaveral que puede oscilar entre los 14º por la noche a los 28º durante el día.




En este altiplano se encuentran algunas de las más hermosas ciudades coloniales. La primera que visitamos es Zacatecas.




Fue fundada en 1546 poco después de que se descubrieran metales preciosos en la región.







El  casco antiguo se distingue por sus notables edificios, mansiones señoriales, conventos, iglesias y palacetes.













La fachada de la catedral zacatena está considerada el ejemplo supremo del barroco churrigueresco en suelo mejicano.







Cerca del parque Enrique Estrada se encuentra otra de las joyas de la ciudad como el templo de Fátima.







Y su antigua plaza de toros, hoy convertida en un encantador hotel, junto al que pasa el acueducto “El Cubo”.







El cerro del Grillo forma parte de la ciudad y es donde se encuentra la legendaria mina de plata El Edén.







De aquí salieron toneladas de plata para la corona española, hoy atrae a numerosos turistas.




Su visita no es especialmente interesante, pero si su pequeño museo subterráneo  de rocas, minerales y fósiles.







La salida de la mina se hace al otro lado del cerro en un tren de vagonetas.







Nada más dejar la ciudad  campos de cultivo y pequeños pueblitos ocupan el paisaje.







300 km. después llegamos a Guanajuato, encajonada entre colinas que conforman estrechas y sinuosas calles empedradas, no aptas para circular con un camión. Un buen lugar para aparcar es cerca de la antigua estación de tren. (N21 01 01.0 W101 15 56.0)







Guanajuato es otra joya de las ciudades plateras de Méjico con sus alegres y coloridas fachadas.







Su centro histórico patrimonio de la humanidad, es ideal para una visita andando.




La basílica de Nuestra Señora de Guanajuato preside la plaza de La Paz.




Sobre el altar mayor se encuentra una escultura hecha en plata de la patrona de la ciudad del siglo VII, que regalaron Carlos I y Felipe II a la ciudad en 1557. Esta considerada la obra de arte cristiano más antigua de Méjico.




Los propietarios de minas tachonaron este centro histórico con sus mansiones señoriales e imponentes iglesias.













Junto al mercado encontramos populares puestos de comida.




Continuamos nuestra ruta por el altiplano y bordeamos la presa Ignacio Allende.




Al otro lado se encuentra la ciudad San Miguel de Allende, donde convive su modernidad con su centro histórico magníficamente conservado.







Otra preciosa ciudad colonial de calles empedradas. En su tiempo fue una importante encrucijada de las caravanas de mulas que llevaban plata y oro a la capital y volvían con los tesoros de Europa.







La arbolada plaza Allende es lugar de reunión y paseo de la gente del pueblo, hoy canta una coral. A nuestro lado en el banco un lugareño nos habla de la ciudad.










 En una esquina de la plaza esta la casa de Ignacio Allende, prócer de la independencia mejicana, hoy convertida en museo.




Junto a ella la iglesia parroquial con su fantástica fachada neogótica.




A otro lado de la plaza esta la casa del mayorazgo, la más suntuosa de la ciudad, que perteneció a un rico minero.




Al caer la noche las calles iluminadas se tornan de ocres y rojos y algunos restaurantes y bares requieren la atención de sus clientes con fantásticas bandas de música.










Mapas del recorrido.







Filopensamientos y otras cosas………………..

Después del sofocante calor del mes de agosto en Baja California es un alivio subir a la meseta del centro de Méjico. A más de 2000 m. de altitud el clima es suave a mediodía y fresquito por las noches, una delicia estando en lo más crudo del verano.

Atrás hemos dejado los paisajes áridos y semidesérticos de cactus por las verdes praderas que con sus fértiles tierras propician cultivos intensivos.

Pero sobre todo el centro de Méjico tiene un valor especial para los españoles. Su historia está ligada a la nuestra desde hace 500 años y queda patente en sus hermosas ciudades coloniales que los mejicanos han sabido conservar y potenciar para obtener algunas de ellas el estatus de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

El nobel de literatura mejicano Octavio Paz dijo que los españoles nos habíamos llevado su oro pero habíamos dejado la lengua.

Al recorrerlo descubrimos también el gran legado arquitectónico que dejaron.

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