domingo, 23 de febrero de 2020

Perú, el legado de los Incas.



Nos despedimos de la costa, dejando por nuestra popa el Parque Nacional de Paracas. Hacia el interior se extienden los viñedos de Ica, la mayor zona vinícola del país, algunos de ellos datan del siglo XVI.




Pegado a la ciudad de Ica esta el popular oasis de Huacachina.




Una verde laguna entre dunas.




Uno de los principales atractivos de este oasis es recorrer sus dunas en bugui.




Nos dirigimos hacia Nazca como siempre rodeados por el desierto.







En la costa peruana nunca llueve, lo que ha permitido que se hallan conservado durante siglos las líneas de Nazca. A unos kilómetros de Palpa encontramos la primera torre de observación donde podemos ver las figuras antropomórficas de Llipata, anteriores a las de Nazca.







Continuando hacia la ciudad de Nazca esta la segunda torre de observación. Desde aquí solo tenemos una vista parcial de las más cercanas.










En Nazca dejamos la Panamericana para adentrarnos en la cordillera Occidental.







Un interminable puerto de montaña, como solo existen en estas naciones, donde las curvas se suceden sin fin.




Coronando el altiplano se pasa por la Reserva Pampa Galeras dedicada a la protección de las vicuñas.







La vicuña ha estado protegida desde la época de los incas, produce pequeñas cantidades de lana muy fina y apreciada.




A 3.200 m. de altitud pasamos por la ciudad de Puquio, la más importante de esta ruta.




La carretera continúa ascendiendo y llegamos a las llanuras del páramo, donde se suceden pequeñas aldeas de pastores.







Un paisaje de extraordinaria belleza con pequeñas lagunas, pero que se convierte en una encerrona para nosotros. Partimos del nivel del mar y tenemos que dormir a 4.400 m., la peor noche del viaje por el mal de altura.







El altiplano se mantiene por encima de los 4.000 m. y no esperábamos ver a esta altitud en las lagunas a un grupo de flamencos.




Estas altas tierras son el hábitat de las llamas, guanacos, vicuñas y alpacas.
















Al día siguiente por fin la carretera desciende siguiendo el curso del río Lambrama.







Llegamos a los 2.400 m. en la ciudad de Abancay, donde de nuevo se inicia el  ascenso hacia Cuzco.




En Saywite hacemos una parada para ver su zona arqueológica.










El elemento más importante de estas ruinas es un monolito de piedra de 2,5 m. de altura y 11 m. de circunferencia, donde se han tallado más de 200 figuras, tallas humanas, construcciones o accidentes geográficos.




Continuando por la carretera vemos a lo lejos el nevado Salcantay de 6.271 m.




No es fácil ver en estas naciones animales salvajes como estos antílopes. Es una grata sorpresa.




A 75 km. de Cuzco dormimos en las ruinas de Tarawasi.




Era un lugar de adoración inca, depositando sus momias en las hornacinas.




Como en muchas ruinas incas, cuando llegaron los españoles aprovecharon esas estructuras para construir encima, como vemos en los restos de esta antigua hacienda.




De Nazca a Cuzco hay 640 kilómetros y hemos tardado 3 días por estas carreteras de montaña.




Entrando en el casco antiguo, quedamos fascinados por la belleza de sus edificios, calles y plazas.










El estilo de construcción español se nota allá donde dirijas la vista, calles estrechas adoquinadas, balcones de madera, soportales o patios coloniales.







Por la noche, toda esa belleza es realzada por el efecto de la luz sobre estos viejos edificios.










De Cuzco a Machu Picchu hay 240 km de carretera de montaña, con los últimos 40 de pista de tierra. Como los tenemos que hacer de ida y vuelta decidimos contratar un tour y no darle esa paliza al camión.




Son seis horas de viaje y la furgoneta nos deja en un lugar conocido como la central Hidroeléctrica. Desde aquí tenemos 12 km. andando, junto a las vías del tren, hasta el pueblo de Aguas Calientes o Machu Picchu Pueblo, donde pasamos la noche.







Este pueblecito de montaña se ha transformado por la avalancha de turistas que le llegan todos los días.







Al día siguiente, a las seis de la mañana, ya estamos en una interminable cola para acceder a los autobuses que nos subirán a la ciudad perdida de los incas.







No hemos tenido mucha suerte con el día elegido para la visita,  la niebla y la lluvia estarán presentes todo el día.










Mientras que despeja la niebla hacemos el pequeño paseo hasta el Puente del Inca, con impresionantes vistas sobre el valle.










Quizás parte de la grandiosidad de este lugar se deba a que pocas civilizaciones han logrado ensamblar tantos bloques de piedra de gran tamaño con tanta maestría.










Mapas del recorrido.







Filopensamientos y otras cosas…………………

Llegar a Machu Picchu es toda una odisea. Este legado inca está en manos de una empresa chileno-francesa, que tiene la concesión para la explotación turística hasta el 2030.

Para acceder desde Cuzco a Aguas Calientes, 200 km., solo se puede hacer en tren con unos precios muy elevados. Los peruanos pagan por el trayecto 10 soles, unos tres dólares, para los extranjeros es de 250$.

La otra solución, que como hemos comprobado la hacen la mayoría de los turistas, consiste en hacer por carretera 6 horas de furgoneta hasta la estación eléctrica, pasando por un puerto de montaña a 4500 m., además de un largo recorrido por una pista de tierra. Después quedan 12 km. andando por la vía del tren hasta Aguas Calientes donde se llega al anochecer.

Al día siguiente para subir a las ruinas hay dos opciones,  en los autobuses de la concesión, 12 $ por trayecto, o dos horas de dura ascensión a pie.

Salimos de las ruinas a las 11 de la mañana y después de desandar todo lo anterior, llegamos a Cuzco a las diez de la noche.

Nosotros pagos 120$ por persona por el transporte desde Cuzco, el hotel en Aguas Calientes con cena y desayuno, y la entrada a las ruinas.