Dos días después de nuestra llegada a Ulan-Bator, llegan
procedentes de España mi hija Maria y mi hermana Encarna.
El primer día, sabiendo que llegan sin dormir, lo dedicamos a
conocer un poco la ciudad. El Palacio de Invierno es un recinto que acoge seis
pequeños templos budistas así como el palacio donde vivió el último rey mongol
Bogd Khan hasta 1903.
En el centro de la ciudad se encuentra el monasterio Gandal. A
mediados del siglo XIX este monasterio escuela lamaísta y centro de estudios
filosóficos y teológicos, recibía las visitas de millares de fieles y
estudiantes de todo el país.
Con la invasión soviética de 1930 quedo sumido en el silencio
y la ruina. En 1990 con la independencia del país comenzó su proceso pausado de
rehabilitación religiosa. Una imponente figura de cobre bañada en oro de 26 m.
de altura domina el tempo y alrededor de ella miles de pequeñas figuras de
Ayush el buda de la longevidad cubren las paredes.
El museo de ciencias naturales se encuentra en periodo de
rehabilitación y sus espectaculares esqueletos de dinosaurios se exhiben ahora
en un moderno centro comercial.
Estos gigantescos dinosaurios habitaron en el desierto de Gobi
hace 70 millones de años. Sus primeros restos se encontraron en 1965.
Siempre he sentido fascinación por estos colosos que habitaron
la tierra en el jurasico. Posiblemente la manifestación de vida más importante
de nuestro planeta, quedando extinta en un abrir y cerrar de ojos…..que
pequeños somos y cuanta importancia nos damos…….
Dejamos Ulan-Bator y nos dirigimos al parque nacional Terelj a
solo 37 km. al noroeste de la capital.
El parque se encuentra a 1600 m. sobre el nivel del mar y es
una buena manera de tomar un primer contacto con el paisaje mongol.
Estamos en los primeros días de mayo y hace un frio que pela,
el sol se ha ocultado tras negros nubarrones y empieza a chispear, pero
enseguida se transforma en copos de nieve, el viento levanta una ligera
ventisca y la sensación térmica cae varios grados bajo cero.
Por la tarde el temporal arrecia de nuevo, el viento levanta
la nieve y cristaliza el hielo en la carretera. Ahora el paisaje es
fantasmagórico.
Esa noche la temperatura llega según el termómetro a -6
grados. Pero fuera, la sensación térmica con el fuerte viento es de -20 grados.
Al día siguiente no
teníamos agua porque se habían congelado las tuberías, menos mal que el gas de
la cocina todavía funcionaba para poder hacer un reconfortante desayuno. A lo
largo del día las condiciones fueron mejorando.
Viviendo esta climatología tan adversa en el mes de mayo
pensamos como pueden ser de duros los crudos inviernos y entendemos el miedo
que los nómadas tienen al Tzud, un invierno extraordinariamente frio.
El último ocurrió en 1999. Después de un verano seco y sin lluvia,
llego el más cruel y frio invierno que cualquiera tuviera en la memoria. Los
animales sangran por las pezuñas de tanto golpear el hielo en busca de la
hierba y mueren de inanición. Más de 12 millones de cabezas de ganado sembraron
las praderas dejando arruinadas a miles de familias.
A la orilla de la carretera surgen pequeños establecimientos
que ofrecen comida y alojamiento a los viajeros.
Paramos en uno para tomar un reconfortante te mongol, aunque
más que una infusión esta salada bebida se asemeja más a un caldo.
Habían matado un cordero y estaban preparando sus conocidas
empanadillas, así que también decidimos probarlas.
La carretera asfaltada era lo único que nos unía al mundo
civilizado, ahora la estrecha pista nos conduce a un mundo borroso e incierto
donde las extensas planicies del Gobi se extienden hasta confundirse con el
horizonte.
Andábamos buscando unos grabados rupestres en unas formaciones
de granito donde habían vivido unos monjes. No dimos con ellos, llegamos antes
de que se iniciara la temporada y la pequeña aldea esta deshabitada.
Pero esta primera apreciación es engañosa y conforme pasan los
días descubrimos la vida que esconde. Antílopes y camellos, diferentes especies
de aves y rapaces como el águila y el halcón, roedores como ardillas y
marmotas, lagartijas….
Quizás lo más sorprendente es comprobar la adaptación de los
nómadas a este medio, que conocen a la perfección y que les permite vivir con su ganado,
sacándole los escasos recursos.
Y aunque los mapas y GPS de última generación nos llevan casi
de la mano por este vasto desierto, a menudo tenemos que buscar ayuda en los
pastores, pues las inciertas y poco marcadas pistas nacen y mueren con las
ventiscas, tormentas ocasionales o porque han caído en desuso.
El destino siempre le depara al viajero aventuras y sorpresas,
esta vez, coincidiendo con nuestra llegada asistimos a un concierto popular en
el salón de actos del pueblo.
La música tiene un gran protagonismo en la mayor parte de las
ceremonias mongolas acompañadas muchas veces por el morin chuur, instrumento de
cuerda de la familia del violín.
Al día siguiente en el pabellón de deportes se celebro una
competición de lucha preparatoria del Nadam, donde participaron también los más
pequeños.
Desde el tiempo de los hunos, todos los años en verano, se
celebra la gran fiesta colectiva mongola, el festival del Nadam, que incluye
las tres disciplinas guerreras: tiro con arco, lucha libre y carreras de
caballos.
El motivo de la visita a este pequeño pueblo en medio de
ninguna parte de este inmenso desierto, era el monasterio Gimpil Darjaalan.
Fue construido en el siglo XVIII para conmemorar la primera
visita del Dalai Lama y en el vivían alrededor de 500 monjes.
El monasterio fue reabierto en 1990 con la independencia del
país. Hoy solo alberga cinco monjes, que utilizan el ger como capilla de
oración.
Filopensamientos y otras cosas…………………………..
Jamás volveré a sentir lo que me ha inspirado Mongolia.
Las extensas ondulaciones de grava parduzca que se funden con
el borroso horizonte; las antiguas rutas que una vez recorrieran los bravos
jinetes de Gengis Kan; el brusco contraste entre los vehículos a motor frente a
los majestuosos camellos recién llegados de las arenas del Gobi………
Todo ello me lleno el alma. Había encontrado mi país. Había
nacido para conocerlo y amarlo.
Del explorador Roy Chapman Andrews.
Siempre me ha parecido mágico ese pais
ResponderEliminarOjala algún día pueda abandonar la oficina y llegar allí después de los 12.000 kms que nos separan.
Gracias por compartir vuestros viajes. Un abrazo.