Dejamos atrás Rostov, continuando nuestra ruta hacia el
noreste. De nuevo el paisaje se torna monótono e interminable en la llanura
rusa. Bosques y lagos, salpicados con casas de madera.
Yaroslavl es la última de las ciudades que visitaremos del
anillo de oro. Un parque en las orillas del rio Volga, en el centro de la
ciudad, es un buen lugar para pasar la noche. (N57 37 10.8 E39 53 32.7)
Conocida como “la Florencia rusa” por los numerosos monasterios e iglesias que
pueblan el centro de la ciudad, adornándola con sus coloridas y majestuosas
cúpulas.
Fue fundada a inicios del siglo XI por Yaroslav el Sabio,
príncipe del russ de Kiev y está enclavada en la confluencia de los ríos Volga
y Kotorosl.
Su centro histórico está considerado Patrimonio de la
Humanidad desde el 2005.
Las iglesias de San Basilio y la del Profeta Elías contienen
algunos de los más hermosos frescos del Anillo de Oro ruso.
Como en todas las ciudades rusas, esta también cuenta con su monumento
a los caídos en la II Guerra Mundial.
Dejando atrás las
ciudades monumentales que rodean Moscú, nuestra intención es dirigirnos hacia
el norte, para cruzar la región de Carelia y de aquí a la frontera con Noruega.
La carretera de nuevo discurre por vastas llanuras.
En Vologda queríamos continuar hacia el norte por carreteras
comarcales, pero los camioneros nos
hicieron desistir por su pésimo estado. Seguimos por la general hasta Tikhvin, donde nos desviamos rumbo norte.
Aunque estamos rodeados de naturaleza, seguimos sin poder
disfrutar de ella. Los bosques, los lagos o los ríos son inaccesibles,
obligándonos a parar la mayoría de los días en los feos aparcamientos de
camiones. En esta ocasión encontramos una pista que nos conduce a las orillas
de un lago. (N59 47 10.7 E33 29 31.9)
Las carreteras siguen siendo una sorpresa y si abandonas en
algún tramo la nacional, todavía más.
La mayoría de los pueblos rusos denotan una cierta dejadez y
pobreza, donde la estética raramente tiene lugar. En muchos de ellos las
conducciones de gas aéreas cruzan las fachadas.
Unos sesenta kilómetros al norte de Petrozavodsk (N62 19 38.3
E34 01 04.5) nos desviamos hacia las cascadas de Kivats.
Es una reserva natural, pero solo se puede visitar el entorno
de la cascada.
Ahora entramos en la región de Carelia, sabíamos que era un
paraíso natural en la Rusia europea. El 85% de su territorio está cubierto por
bosques de coníferas por donde discurren
veinte siete mil ríos y más de sesenta mil lagos. Pero esto son solo cifras de
algo a lo que no se puede acceder.
Después de más de 8000 km. por Rusia, nos da risa ver los
carteles informativos del cruce de renos y alces. No hemos visto ni un solo
animal.
Continuando hacia el norte la carretera pasa cerca del Mar
Blanco y sentimos la necesidad de asomarnos a él y contemplar el horizonte azul
que desde el Mar de China en Camboya no hemos visto.
Una estrecha carretera comarcal nos conduce primero a Kem y
después al viejo y desvencijado puerto de Rabotseostrovsk. De aquí sale un
transbordador hacia la isla de Solovetskie interesante por su conjunto
histórico y cultural. Pero no encontramos plaza y no pudimos visitarlo.
Sobre una loma que da al puerto se encuentra la calle
principal, con antiguas y ruinosas casas de madera, que parecen sostenerse en
pie milagrosamente.
En la Península de Kola, pasado ya el círculo polar ártico,
queremos visitar el Parque Nacional Laplandskii. Es nuestra última esperanza de
contemplar renos y alces o de adentrarnos por un parque.
Tampoco esta vez ha sido posible, un guarda vigila la puerta
de un parque cerrado al público. Son las incongruencias de Rusia.
Bastantes decepcionados y hartos de hacer kilómetros sin ningún
interés, llegamos a Murmansk que con 380.000 habitantes es la ciudad más grande
por encima del círculo polar ártico.
La ciudad se vio gravemente afectada por la caída de la Unión Soviética,
su industria quedo obsoleta disminuyendo considerablemente el número de sus
habitantes. En la actualidad se recupera gracias a la industria pesquera y a su
importante puerto que acoge a los rompehielos del ártico.
Aunque la mayoría de las casas están construidas en madera,
cada vez es más difícil ver edificios construidos de este material pues son más
perecederos, pero a la salida de Murmansk pudimos visitar una iglesia ortodoxa.
Parece mentira, con el esfuerzo que se tomaron Lenin y Stalin
para terminar con todo vestigio de religión, como con la desaparición de la
Unión Soviética ha surgido de nuevo el fervor religioso y la restauración de
todos los templos.
Durante la II Guerra Mundial en esta zona acontecieron grandes
batallas entre el ejército alemán que había invadido Noruega y el ejército ruso.
Numerosos monumentos conmemorativos recuerdan a los caídos.
Aunque estamos en los primeros días de agosto, hace frio y
raramente la temperatura excede de los quince grados. También el paisaje ha
cambiado de los frondosos bosques a los ralos líquenes.
Los rusos no han olvidado el pasado y unos 100 km. antes de la
frontera encontramos numerosos cuarteles donde se asientan modernos unidades de
acorazados.
Unos nubarrones grises cubren el cielo, el tiempo es
desapacible y frio. Rusia nos despide tal como es, triste y gris.
Llegando al paso fronterizo las nubes descargan un fuerte
aguacero. Los policías de aduanas nos someten a un exhaustivo registro del
camión, el peor de los 45 países visitados en los 5 años.
Filopensamientos y otras cosas………
Cuando entramos en Rusia nuestra mente bullía de aventuras e
historias de la lejana y dura Siberia.
Después de haber leído a los autores rusos y sus
escalofriantes relatos sobre la vida en los gulag y sus extremas condiciones de
vida o las numerosas películas sobre campos de concentración y huidas
imposibles atravesando la tundra perseguidos por una jauría de perros, pensábamos
que nosotros también podríamos vivir nuestra aventura cruzando esta vasta,
desconocida e indómita Siberia.
Pero pronto descubrimos que la realidad es bien distinta, la
inmensa y salvaje naturaleza siberiana es imposible de franquear más allá de
los bordes de la carretera. Sus ríos y sus lagos son prácticamente
inaccesibles. Solo pudimos disfrutar de ella en la isla de Olkhon en el lago
Baikal y poco más.
Su vida salvaje, si existe, es tan inaccesible y oculta que en
nuestra estancia de más de dos meses, no vimos ni un solo reno, ni ningún otro
mamífero habitual en este hábitat.
De su patrimonio cultural y monumental, poco queda pues la
mayoría de sus construcciones eran en madera, exceptuando Moscú, San
Petersburgo y las ciudades del anillo de oro, donde las iglesias y catedrales
son lo más relevante.
Después de más de once mil kilómetros de travesía,
aburrimiento y decepción son las palabras que más definen nuestro paso por
Rusia.
Después de leer vuestro paso por Rusia se me vienen abajo los planes de ir a Siberia por nuestra cuenta. Hasta hice una primera versión en gmaps que me traía a la mente la novela de Miguel Strogoff...que desilusión.
ResponderEliminarSuerte con los paises nórdicos.
Un saludo.