La neblina del amanecer cubría con un fino velo las aguas del
Baikal cuando dejamos la isla de Olkhon.
Tenemos que volver a Irkutsk para retomar la carretera
nacional que cruza Siberia de este a oeste.
Pequeñas poblaciones con sus coloridas casas de madera
salpican la ruta.
En los pueblos un poco más importantes se alzan, con sus
redondas cúpulas, las iglesias ortodoxas perfectamente pintadas.
El denso bosque deja pocas opciones para poder apartarnos de
la ruidosa carretera y pasar la noche en un lugar tranquilo. En esta ocasión lo
encontramos al lado del rio Oka. (N53 57 07.4 E102 06 46.5)
En los pueblos siberianos vemos una cierta dejadez y pobreza, ofreciendo
un aspecto bastante decadente.
Las casas construidas con troncos de árboles y tejados a varias aguas, se diferencian
principalmente por los marcos coloridos de sus ventanas.
La carretera transiberiana de casi 10.000 km. que une Moscú
con Vladivostok, es bastante desastre. Hay obras constantemente y donde no, el
pavimento ondulado y bacheado limita la velocidad a 50 o 60 km/h.
Desde el Baikal a los Urales, Siberia se extiende con toda su
grandeza y dureza. Extensos e impenetrables bosques de abetos y abedules forman
una barrera infranqueable a ambos lados de la carretera.
Y no todos los días es posible salir de esta muralla forestal
para encontrar un apacible y pintoresco lugar a orillas de los abundantes lagos
y ríos que nos rodean. Tenemos que conformarnos con un sórdido aparcamiento
para camiones.
Otras veces, como en esta ocasión, encontramos una pequeña
pista que nos saca de la bulliciosa carretera.
No creemos que haya unas vías de tren más utilizadas que las
del transiberiano. Muy a menudo tenemos que parar, para dejar paso a los
constantes convoyes que circulan en una y otra dirección.
La tala del bosque ha dejado paso a extensos campos de cultivo
de cereal, cambiando un poco el monótono paisaje siberiano.
Aunque estamos en los primeros días de julio, el tiempo sigue
estando fresco y lluvioso, y por la mañana una niebla húmeda cubre el lago.
Pegado al lago, a un kilómetro y medio, por casualidad dimos
con un balcón que nos ofrecía una visión distinta del paisaje. Una enorme mina
a cielo abierto. (N55 51 59.9 E94 57 12.0)
Los kilómetros se suceden con enorme monotonía, con la vista
puesta en el asfalto y nuestro panorama reducido a la visión de los bosques que
lo circundan. 1318 km. después de dejar el lago Baikal, entramos en la ciudad
de Krasnoyarsk.
Krasnoyarsk es una de las grandes ciudades siberianas, con
casi un millón de habitantes y escaso interés turístico. Sin embargo al sur de
la ciudad se encuentra la Reserva Natural Stolby.
Es un buen lugar para pasar la noche y andar unas horas por el
parque, ya que en Siberia es prácticamente imposible adentrarse en sus bosques.
Aunque estamos rodeados de una exuberante naturaleza, en todos
los kilómetros que llevamos, el único animal que hemos visto es esta pequeña
ardilla.
Nos encontramos con una simpática familia canadiense, que
hacían su viaje en el transiberiano y quedamos en vernos el próximo año en su
país.
La lluvia está presente casi todos los días y el intenso
tráfico de camiones obliga a ir concentrado.
Entrando en Mariinsk vimos numerosos bañistas en las orillas
del rio Kiya, aunque para nosotros el tiempo está fresco y las aguas del rio
frías.
Las carreteras rusas son una continua sorpresa, pasas de un
asfalto regular a malo, o ni siquiera hay asfalto.
El denso bosque continúa a ambos lados de la carretera y solo
nos deja ver más allá cuando cruzamos uno de sus numerosos ríos.
Esta ciudad conserva numerosos y antiguos edificios de madera,
en parte, por quedar aislada económicamente con su negación al paso del
transiberiano.
Sobrevivió como ciudad
universitaria y en la actualidad cuenta con media docena de las mejores
facultades.
Entre los edificios religiosos visitamos una iglesia ortodoxa
y la mezquita roja, sacrílegamente utilizada como fabrica de vodka en la era
soviética.
Pero la imagen que mejor define este país es la mezcla de las
nuevas construcciones con las fábricas abandonadas y oxidadas de su desmesurada
industrialización del siglo pasado.
Filopensamientos y otras cosas……….
Rusia es el país más grande del mundo y la mayor parte de el
corresponde a Siberia, que se extiende desde los montes Urales al océano
Pacifico.
Fascinación, curiosidad e inquietud son probablemente las tres
emociones que nos produce adentrarnos en este territorio escasamente poblado,
cubierto de bosques impenetrables, donde discurren miles de ríos e incontables
lagos.
Inquietud por los atroces acontecimientos de su reciente
historia, la deportación a los campos de trabajo, gulag, que tan vivamente han
recreado en el cine o hemos leído de numerosos autores.
Y la curiosidad que es innata a todo viajero, aquí se potencia
al adentrarnos en este duro y cruel territorio, hasta hace unos años, prohibido
a los extranjeros.
Aunque después de dejar el lago Baikal, las palabras que más
se ajustan a nuestro pensamiento sean las de decepción y aburrimiento.
Decepción al contemplar la naturaleza virgen y salvaje y no
poder penetrar en ella ni unos metros, no hay accesos a los lagos, ríos o
montañas y entonces todo se queda en el tedioso aburrimiento de circular por la
carretera con dos murallas impenetrables del bosque a uno y otro lado.
Hola Pareja. Visto lo visto, nos vamos a pensar muy mucho nuestro próximo periplo. Demasiada carretera mala y mucha monotonía.
ResponderEliminarA seguir bien.